LA CONVIVENCIA MÁS ALLÁ DE LOS CONFLICTOS
Personalmente considero que a día de hoy pocos son los
centros educativos que no abordan la convivencia escolar dentro de su proyecto
educativo. Sin embargo, el enfoque que muchos aún planean de una buena
convivencia es un sinónimo de “no conflictos” donde las medidas se centran
exclusivamente en la conducta, en el comportamiento de los alumnos, en buscar
que sean disciplinados y sepan comportase y que a raíz de ello esperen que un
alumno con estas características no agreda, cometa acoso, lo denuncie en caso
de presenciarlo, etc.
En mi opinión el enfoque principal que debemos perseguir
y trasmitir en el aula y el centro parte de una base mucho más humana y
completa, donde también se ve involucrada la conducta pero no es el eje
principal. Contemplar a los alumnos en todas sus áreas que los conforman como
personas y seres humanos permite atender mejor las necesidades, sucesos o
personas implicadas entre las cuales buscamos la convivencia.
Parece que cada vez esta más claro que el currículo
oficial y sus contenidos se deben abordar de forma interdisciplinar y
transversal, que pretender un aprendizaje fraccionado por asignaturas no se
corresponde con la forma natural de aprender que apunta hacia una integración
más global de los contenidos; ¿no es coherente entonces comprender que la
convivencia escolar tampoco la podemos segmentar y entender como casos aislados
de una conducta que simplemente requiere corrección?, que no viene precedida
por nada más que la premisa de que el alumno sea un “maleducado”, o “nervioso”
y no pueda controlar sus impulsos, o “una bala perdida”, o tantas otras
etiquetas que dan a entender que no hay nada que hacer, que simplemente es así.
O si hablamos de un caso de acoso también podemos encontrar estigmas hacia la
víctima como “es débil”, “no sabe defenderse”, negaciones de los hechos “no es
para tanto”, etc.
De esta forma estamos negando el problema y sobre todo
proyectamos que no hay solución. Si partimos de ese hecho no tiene sentido
plantearse el trabajo de la convivencia ya que todo se reduce a que hay alumnos
que “son así” y no pueden cambiar y que la única intervención posible es el
castigo ante conductas que consideren inapropiadas. Por supuesto dejamos de
lado la prevención o el trabajo para la cohesión de grupo, o el personal en
relación con el desarrollo de habilidades sociales, de comunicación, trabajo de
la autoestima, etc.
Este es un enfoque derivado de un legado más tradicional
de la educación donde debido al contexto de la época se trabajaba bajo estos
principios de autoridad y disciplina. Es imprescindible comprender que el
contexto actual es diferente y debemos adaptarnos al mismo. Esto no quiere
decir que debamos romper con toda la herencia de modelos educativos pasados
pero sí implica atender las necesidades del perfil concreto que conforma
nuestro centro escolar que se verá influenciado por diversos agentes concretos
que no debemos obviar.
Debemos por lo tanto contemplar que dentro del aula, del
centro y fuera de ella todos interactuamos y nos relacionamos de manera
continua y que es importante dedicar tiempo a atender este suceso para lograr una
mejor convivencia. No existe una manera correcta de trabajar la convivencia
porque como se ha mencionado previamente cada centro escolar es diferente. No
hablaremos del mismo contexto, de los mismos recursos, de los mismos valores,
de las necesidades y características de las familias que lo integran…
Por ello es necesario plantear y definir el PEC junto con
el documento que recoge el plan de convivencia, el plan de acción tutorial o el
plan de atención a la diversidad donde cada centro pueda definir sus características,
cómo son, qué valores tienen, qué objetivos, cuál es su proyecto educativo, etc
todo ello debería implicar el previo estudio del contexto en el que el centro
se encuentra, la ubicación, el nivel socioeconómico de las familias de la zona,
el nivel cultural, los recursos e instituciones cercanas, etc. De esta forma se
buscaría crear un proyecto educativo que se ajustase a todos sus integrantes y
participantes.
De este modo ya comienza a dibujarse un primer boceto
para abordar la convivencia según el centro. Poco a poco deberá ir ajustándose
a las necesidades que vayan apareciendo, involucrando así a las familias, los alumnos,
el personal, o la comunidad y dando respuestas pertinentes a las mismas para lograr
una mejor convivencia.
Aterrizando sobre un espacio más concreto como es la
convivencia de un grupo clase considero que se debe seguir el mismo proceso,
partiendo de conocer cuál es el perfil con el que trabajamos, cómo son nuestros
alumnos, conocer su historia sus características como grupo e individuales,
cómo son sus familias, qué profesores o personal vamos a trabajar con ellos,
qué necesidades tienen, qué inquietudes… y seguidamente estudiar qué
necesidades en esta área de convivencia encontramos y cómo podemos solucionarlas,
abordarlas, mejorarlas, etc.
En este caso considero que es aún más importante dar voz
a todos estos miembros, y generar un sentimiento de implicación donde los
alumnos se vean representados y apelados como miembros partícipes y activos y
les invite a involucrarse en el proyecto o medidas que planteemos en el aula.
De nuevo hacer énfasis en la importancia que tiene no
entender la convivencia como el sinónimo de “no conflictos” sino trascender más
allá de las conductas negativas que se solventan con una reprimenda para prevenir,
para en el caso de actuar hacer una intervención adecuada y completa, y para cubrir
todas las áreas más allá de la conductual implicadas en la convivencia.
Considero que es imprescindible tener la convivencia siempre
presente en cualquier momento y aspecto de la rutina escolar pero también hace
falta dedicar un tiempo y espacio concretos a trabajar en este campo ofreciendo
recursos de diversa índole para los alumnos. También debemos trabajar desde la
esfera más pequeña en la que el alumno aprenda a conocerse a sí mismo hasta la
más grande donde damos voz a otra institución o comunidad implicada mediante un
proyecto de APS, por ejemplo, y extrapolando la convivencia como algo que acontece
también fuera del centro escolar.
Concluir volviendo a la idea del principio del texto donde
se menciona que estamos constantemente relacionándonos entre nosotros y por
tanto conviviendo. Esto merece darle a la convivencia la importancia que merece
y contemplarla en su globalidad y no de manera segmentada asociándola a la
conducta “buena” o “mala” que solo implica a los alumnos. Apostar por una buena
convivencia en un centro escolar que esté en continua revisión y mejora es
apostar por una educación integral y de calidad para el alumno y querer contribuir
a mejorar la sociedad.
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